La muerte y el duelo

La muerte como el final de la vida tal y como la conocemos.

Un tema todavía hoy en día tabú, que me gustaría introducir ya que lo considero de vital importancia y que no deberíamos eludir.⁠

La muerte frecuentemente es un acontecimiento inesperado, no deseado e inevitable en nuestra vida y que todos nosotros vivimos puesto que es un acontecimiento universal e irrecusable, ya que lo único que estamos completamente seguros es que ocurrirá, aunque desconocemos el día y la hora.⁠

El duelo comienza normalmente con la pérdida de un ser querido y se puede considerar acabado, cuando la persona muestra capacidad de poder reorganizarse en su vida a un nivel parecido al de antes de la pérdida y además puede referirse al fallecido sin sentimientos de extrema tristeza o ansiedad.

La muerte es un proceso natural, y como tal, debemos referirnos a él desde la infancia. 

Por ello, no se nos puede evitar el dolor de la muerte ni la información sobre lo que ha ocurrido. 

La ocultación del proceso puede generar el sentirse excluido o incapacidad para elaborar el duelo de una manera saludable. 

Más que una terapia para el duelo lo que yo propongo es un cambio de actitud: despojar a las pérdidas de ese halo de prohibición y hablar de ellas cuando ocurren, desde las más pequeñas hasta las más grandes. Aprender y educar en la elaboración adecuada de un duelo.

Además es importante informar con toda franqueza de la pérdida y se debe permitir que se expresen las emociones que cualquier persona experimentaría para facilitar así el proceso normalizado de duelo.

También el proponer la elaboración de la pérdida como un proceso activo, lleno de decisiones, en las que la persona elige entre una serie de alternativas, siendo así cada duelo completamente diferente.

A lo largo del proceso de duelo, los días siguientes al fallecimiento la conmoción y el aturdimiento hacen que superemos, momentáneamente el dolor y nos reorganicemos bastante bien, pero pasados estos dos o tres días, la realidad de la pérdida se nos presenta con toda su fuerza, y es natural empezar un proceso de derrumbe que puede durar meses. 

Los estudios sugieren que el peor momento del duelo se suele experimentar hacia el cuarto mes, además de fechas especiales como el primer año de duelo, aniversarios o fechas señaladas. 

Finalmente, después de estos momentos especialmente duros, la persona se va recomponiendo en un lento proceso que puede durar años, dependiendo en muchas ocasiones del apoyo social efectivo que se disponga y de los recursos emocionales propios de cada persona. 

Tanto si la muerte era previsible tras una larga enfermedad como si se produce de forma inesperada, las reacciones de la persona, pueden ser tanto a nivel físico(vacío en el estómago, opresión en el pecho o garganta, despersonalización, falta de aire, entre otros) como emocionalmente sentimientos de tristeza, enfado, culpa, ansiedad, fatiga, impotencia, shock, anhelo, alivio e insensibilidad, que acompañan a pensamientos de incredulidad, confusión, preocupación, sentido de presencia y alucinaciones. 

Además también pueden aparecer conductas como trastornos del  sueño, alimentarios, aislamiento, desorganización soñar con la pérdida, evitar o frecuentar recuerdos, buscar al fallecido o llamarlo entre otras muchas.

Más a nivel teórico se han propuesto una serie de estados que atraviesan las personas, no teniendo porqué ser en este orden y sin seguir un orden lineal, ya que a menudo se observan regresiones en la elaboración del duelo en fechas señaladas, o épocas de mayor estrés. 

La primera autora Kúbler-Ross, muy conocida en el ámbito del duelo,  planteó estas etapas para el duelo: 

1. Negación, 2. Rabia , 3. Pacto, 4. Depresión  y la última etapa 5. Aceptación. 

Más tarde Parkes, propuso las siguientes etapas en la elaboración del duelo

1. Insensibilidad , 2. Anhelo y rabia , 3. Desorganización e inquietud  , 4. reorganización de la conducta.

Pero en la actualidad desde una perspectiva más flexible podemos proponer el resolver activamente cuatro tareas o desafíos durante el duelo: 

  1. Aceptar la realidad de la pérdida. Durante los primeros días existe una cierta tendencia natural a no admitir la muerte o no darse cuenta en el plano real de su ausencia. Se coge el teléfono para llamarle o parece que abrirá la puerta en cualquier momento. Esto es habitual en los primeros días, incluso semanas, es necesario estar informado de que no significa que la persona esté perdiendo la razón o exagerando en su reacción. Es común en los primeros días no tocar las posesiones del fallecido, recordar sólo lo agradable de la relación, pero progresivamente ir admitiendo que la muerte es real y no tiene posibilidad de cambiarse. 

  2. Sentir y elaborar el dolor y otras emociones. Después del aturdimiento y la confusión el dolor y otras emociones aparecen y es imprescindible sentirlas en toda su dimensión. Cualquier evitación o retraso del natural sufrimiento prolongará el duelo innecesariamente. Lo elaboramos cuando hablamos del fallecido, lloramos, expresamos nuestra desesperanza de encontrar otra persona igual, somos incapaces de ir a trabajar, pero también cuando sentimos culpa por no haberle visto más, no haberle cuidado o por haber tenido una mala relación. Es habitual también el enfado por el abandono que supone la muerte, aunque es difícil que la persona tome conciencia de él, debido al aparente absurdo que supone. No se trata, entonces de una aceptación intelectual, sino emocional de la pérdida. 

  3. Adaptarse a los cambios en el medio. Sobre todo en el caso de cónyuges, padres o hijos, la muerte supone la desaparición de una persona que cumplía unas funciones que ahora el viudo, hijo o hermano tiene que retomar (ponerse a trabajar, educar en soledad, cuidar un negocio). Se rompen rutinas que estaban asociadas al difunto, como salidas sociales, actividades de ocio o relaciones con la familia política. Al mismo tiempo que se rehace la vida, aparecen los sentimientos de culpa por estar dejando al fallecido atrás en el curso de la propia vida. 

  4. Recolocar al desaparecido emocionalmente y reanudar la propia vida. Finalmente, debemos aceptar que los recuerdos que tenemos de él nunca van a desaparecer, pero que nunca volverá a nuestra vida, y decirle adiós. Nos deshacemos de la mayor parte de los recuerdos y conservamos un par de ellos, verbalizamos los recuerdos malos y buenos. Reconocemos que es preciso empezar a amar a nuevas amistades, y nos damos permiso para dejar el luto interior. Pasamos de decir estoy casada a soy viuda, de decir somos tres hermanos a éramos tres hermanos. El paso final es decir adiós para siempre sabiendo que no vamos a olvidar su paso por nuestra vida.

Particularmente, recomiendo, si la persona siente mucha dificultad para gestionar y afrontar la pérdida, el asesoramiento del duelo, que consiste en acompañar a la persona a transitar por las tareas del duelo, concediéndose el tiempo que necesite y elaborando con especial atención las emociones recurrentes de culpa, enfado, que son las que más podrían complicar el duelo. 

Asimismo, es necesario que la persona no evite el dolor, sino que lo exprese y reciba apoyo de sus conocidos y amigos. 

Una de nuestras tareas como psicólogos será hacerle ver que sus intensas reacciones (emocionales, conductuales y cognitivas) son naturales tras la muerte de un ser querido. Posteriormente iremos apoyando el proceso de adquisición de habilidades para asumir los cambios que se produzcan, y para terminar, acompañaremos a la persona en el adiós final que supondrá el fin del duelo.

Algunos ejercicios que se pueden realizar con la persona, que ayudan a transitar estas tareas, pueden ser: 

Imaginación guiada (silla vacía), se invita al paciente a que se dirija al difunto y le exprese en primera persona sus emociones, peticiones o dudas y responde por ella cómo cree que lo hubiera hecho. 

Psicodrama, parecido a la imaginación guiada, una persona representa al difunto que dialoga con el paciente sobre cualquier asunto que quedase pendiente. 

Rituales personales que pueden incluir aspectos religiosos, reuniones familiares, escribir  una carta o quemar un recuerdo, dejar un recuerdo en la tumba. 

Decir adiós, al final de las primeras sesiones se pronuncia en voz alta “adiós por el momento”. Al final de la terapia el paciente es capaz de decir “adiós para siempre”. 

Muy recientemente, encontré una propuesta de trabajo del duelo con Realidad Virtual, realizado en Corea, creo que en nuestro país no se aplica.

No tengo una opinión todavía formada del uso de esta herramienta para ayudar a elaborar el duelo, porque considero que puede ser una herramienta para trabajar como con la imaginación guiada, pero el cerebro necesita saber que la pérdida es real, y quizá con la realidad virtual esto se dificulte.

De todas maneras, parece que esta herramienta en un futuro pueda utilizarse con más afán.

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Irene Ferreras Fernandez